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9 de Agosto de 2014 - Julian Dominguez

Mendoza-La cantata del default

Pasa casi todos los viernes a eso de las 20. Las luces del Palacio de Hacienda se empiezan a apagar y los empleados de planta, a retirarse. Alguien toma una guitarra criolla, preparan algo para picar y empieza el concurso

"¿Cuánto vale el choclo crema blanco lata de 350 gramos?", propone Augusto Costa, secretario de Comercio, a esa hora convertido en Silvio Soldán de viernes por la tarde. Es el conductor del sorteo: quienes acierten se llevarán alguno de los premios que el equipo ha decidido subastar: vinos, alguna prenda de vestir, todo lo que la consideración empresarial haya querido enviar a modo de gesto institucional.
La base del cuestionario es la lista de Precios Cuidados, plan que el Ministerio de Economía considera el gran éxito de su gestión. Si Axel Kicillof emerge como el Moisés de esa feligresía de académicos convencidos, aquel compendio de 320 productos de supermercado son las tablas de la ley. El de la guitarra acompaña como payador: va tejiendo, en la jineteada militante, coplas y rimas con las marcas y los artículos.
Así es un viernes común en los confines de Kicillof. Una atmósfera que contrasta con la de otras dependencias del Estado, donde cunden la inquietud por el futuro y la frialdad con que los trata Cristina Kirchner. Ha pasado inadvertido, pero Julio De Vido viene hace una semana emitiendo casi un comunicado por día contestando a todo, desde notas periodísticas hasta declaraciones de empresarios. Es su modo de marcar presencia. Anteayer le tocó a Héctor Méndez, presidente de la Unión Industrial Argentina. Con la excepción del ministro de Economía, el aislamiento es cada vez más evidente. Algunos miembros del gabinete se han habituado a cruzarse con la Presidenta sólo en actos públicos. Y así, lejos del fuego de las decisiones, arman alianzas entre pares. Viejo ardid en las organizaciones: compañeros que se defienden, cada uno a su turno, delante de la jefa.
El default fortaleció sólo a Kicillof. La crisis de la deuda obligó, por ejemplo, a anunciar soluciones que dependen o requerirán giros aprobados por el Palacio de Hacienda. Un psicólogo podría decir que el economista alcanzó con el incumplimiento su zona de confort. Hace algunas semanas, antes de las definiciones en Nueva York, un industrial le escuchó al ministro una queja ante el giro ortodoxo que ensayaba y que no le sentaba bien: "Al final arreglamos con Repsol, con el Club de París, y las inversiones no vienen", protestó.
Ese despecho parece haberle devuelto ahora la convicción. Las últimas negociaciones entre empresarios y banqueros para comprar parte de la deuda fueron detonadas públicamente, primero por él y 24 horas después por la Presidenta, que aludió a Jorge Brito: "Para ser San Martín no hace falta estar en un diario: hay que tener el caballo, el sable, el coraje y la honestidad", dijo.
Algunos banqueros nacionales ya se quejan en la intimidad del modo en que Juan Carlos Fábrega, presidente del Banco Central, presentó esa iniciativa privada. Las primeras advertencias de que una propuesta de bancos sobre los que el Estado argentino tiene acciones gatillaría la cláusula RUFO partieron del JP Morgan, una entidad internacional que, desde que le compró a Repsol los títulos de la indemnización, mantiene un buen diálogo con el Palacio de Hacienda. Y, hasta ahora, pese a las declaraciones de Eduardo Eurnekian, aquella oferta está fría, desarticulada y lejos de concretarse.
Las caras de estos días muestran nítidamente quién ganó la interna. Nada más elocuente que el gesto atribulado con que Fábrega esperaba en el hall del Aeroparque hace dos viernes, en plena controversia, un avión a Mendoza. Las apariencias no muestran en cambio a Kicillof como un ministro de Economía que ha entrado en cesación de pagos, sobrelleva una inflación superior al 35% anual y empieza a advertir, según las cifras del Indec, destrucción neta de empleo y caída en el consumo. Es el gran temor de los empresarios. "Que le hayan tomado el gusto al default", definieron ayer en una cámara.
La sociedad no acompaña estos desvelos. La imagen de la Presidenta tuvo un abrupto repunte desde que empezó la crisis de la deuda. Fueron, según cada encuestadora, entre 7 y 12 puntos adicionales a una imagen positiva que ya se ubica en torno del 45%. ¿Qué apuro tendría en cambiar? Cinco meses separan al Gobierno del día en que podrá convocar a los holdouts, ofrecerles un pago que no será mayor a ese 300% que juzga "ganancia justa y razonable" y decir, finalmente, que se aguantó el embate y se ganó la batalla, mientras se intenta corregir los males provocados por conjuras de buitres externos e internos. Nada mejor para diluir cualquier responsabilidad por un fracaso.
Cristina Kirchner es además bastante propensa a estas bravatas. El mismo día en que desacreditaba a Brito contó una reunión con Mauricio Macri. "Él nos dijo que con 1500 millones íbamos a poder saldar la deuda del Club de París. Luego, el ministro de Economía fue, negoció y consiguió pagar la mitad. Nos pidieron 1500 millones de dólares pero, bueno, pichuleando y sacando pudimos pagarla a la mitad." Desde Mendoza, Julián Domínguez contribuyó ayer a la epopeya: "La gesta de San Martín de hace 200 años es la lucha de hoy contra los fondos buitre", dijo el diputado.
La cantata del default tiene, sin embargo, otros perdedores implacables dentro del kirchnerismo. El primero es político, Daniel Scioli. El gobernador ya trabaja en cómo reemplazar, probablemente con impuestos, esos 500 millones de dólares con que pensaba financiarse al 12%. La otra víctima será económica: Miguel Galuccio, presidente de YPF, cuyo plan 2012-2017 preveía una inversión de 37.200 millones de dólares, 18% de los cuales esperaba obtener de financiamiento. Sin arreglo, deberá extremar una estrategia que conspira contra el consumo: precios de los combustibles por sobre la inflación.
Kicillof cree que estas consecuencias están sobrestimadas. "La Argentina no vive del crédito externo hace años -refutó ayer en conferencia de prensa-. Los bancos protestan porque se pierden comisiones. Claro, Wall Street no debe estar contenta porque hemos dejado de ser clientes."
Nunca tan claro. Es, a diferencia de sus pares del gabinete, un hombre de razonamientos lineales al que le cuesta mentir. El error de muchas corporaciones fue en estos días entender sus palabras a la luz de rebusques atribuibles a otros funcionarios. En ese sentido, Kicillof no parece kirchnerista. Difícil que, ante la última gran posibilidad como dirigente y mientras sus seguidores se permiten soñar con una candidatura, el guitarreo del default no le salga festivo y a una sola voz.
 
Fuente: La Nación (Caba)

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