21 de Junio de 2014 - Julián Dominguez
JDP-La epopeya de pagar la deuda
Nunca tan locuaz y franco, Carlos Zannini sorprendió en la mañana del miércoles a legisladores en la Cámara de Diputados
"Tenemos que hacer las cosas prolijas o vamos todos presos", confió. Hablaba en sentido figurado. Había ido, acompañado por Axel Kicillof y Jorge Capitanich, al Salón de Honor de la Presidencia a informar a los jefes de bloque sobre las alternativas que el Gobierno maneja para la negociación por la deuda en default. Lo notaron inquieto y más extrovertido de lo habitual.
La decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos sobre el litigio con los fondos buitre no sólo desconcertó a la dirigencia política en general, sino que además dejó entrever algo que parte de la oposición venía intuyendo desde la semana pasada, después del viaje que un grupo de legisladores de varios partidos hizo a Washington para respaldar a la Argentina: el fallo tomó al Gobierno sin estrategia. Que una presidenta que ha hecho en estos años gala de capacidad oratoria y desinhibición haya decidido grabar y editar su discurso del lunes habla de la fragilidad de la situación. Ayer, en Rosario, embanderada en el eslogan "Patria o buitres" que el Gobierno le dio al acto, y con la misma convicción con que había acusado a Griesa de extorsionarla, Cristina Kirchner insistió en su voluntad de pagar.
Las palabras pesan más afuera que adentro. En una entrevista con Alejandro Fantino en el canal América, Aldo Pignanelli contó el jueves una visita que hizo en 2002 como presidente del Banco Central al entonces secretario del Tesoro norteamericano, Paul O'Neill. Dijo que, al llegar al despacho, el funcionario lo esperaba con una copia de las declaraciones que había hecho, en todos los medios, desde los meses previos hasta tomar el vuelo a Washington.
La complejidad del diferendo lleva también a la mayor parte de la oposición a cuidar sus reacciones. Quedarán entonces para más adelante las objeciones públicas por la escasa información que el Gobierno transmitió en los encuentros del Congreso. "Vinieron solamente a sociabilizar los errores que cometieron", le oyeron decir al diputado massista Mario Das Neves.
Mientras, el kirchnerismo intentará al menos capitalizar el conflicto mediante las puestas en escena, un recurso que maneja con absoluto profesionalismo. Los organizadores del acto de Rosario, una celebración que se había previsto austera, recibieron esta semana una contraorden: ampliar el palco y los invitados y repartir cotillón contra los fondos buitre. Los detalles no pasaron por alto a Elisa Carrió. "El Gobierno busca crear un clima prebélico con el propósito de mostrarse como salvadores de la Patria y esconder sus errores", advirtió. La teatralización es atendible. Esa militancia convencida de defender a Boudou, Milani o los pagos al FMI, Repsol y el Club de París es el reducto desde donde Cristina Kirchner podría relanzar su carrera más allá de 2015.
Es cierto que estas epopeyas resultan cada vez más acotadas. El martes por la tarde, en la sede de la Unión Industrial Argentina (UIA), Héctor Méndez, presidente de la central fabril, abrió la reunión semanal con una pregunta: "Llegó la invitación para el acto del viernes en Rosario y yo no puedo ir por cuestiones de salud. ¿Alguien se ofrece?". Hubo silencio. Hace un año, la propuesta habría agotado los palcos en segundos. La UIA optó por ungir a representantes locales: Guillermo Moretti y Carlos Garrera, miembros de la Unión Industrial de Santa Fe y empresarios afines al proyecto nacional y popular, harían acto de presencia.
La hora más crítica del modelo se atravesará entonces con menos aplausos. Una sensación de despedida que incluye a funcionarios. En áreas que vienen objetando a Kicillof, como el Banco Central o el Ministerio de Transporte, volvieron a oírse reproches sutiles y gestos revanchistas. Fuera de esa mesa chica que tampoco esta vez será ampliada se descree de conspiraciones. Como si, con la deuda, el Titanic le hubiera estado apuntando deliberadamente al iceberg.
La amenaza del default tomó también desprevenidos a los empresarios. A los más optimistas, mientras auguraban una recuperación en la actividad. Hasta la semana pasada, bancos de inversión que descontaban un fallo más amigable anticipaban que no sólo el Estado nacional mejoraría en el segundo semestre su situación crediticia, sino que varias provincias -principalmente, las petroleras- se preparaban para tomar deuda en dólares. Pero, con el diario del martes, volvieron el escepticismo y el sarcasmo.
Lo más filoso del establishment : la Casa Rosada se comportó con la justicia norteamericana como si estuviera frente a la de Santa Cruz.
Algo de esto entendió aquella comitiva de legisladores en Washington. Al oír de sus pares argentinos los montos que el país ya había pagado en cupones PBI, en el Capitolio se sorprendieron. "No lo sabía. Pero ustedes son como el tío ausente de la familia: no va nunca y se expone a que lo critiquen", graficó el demócrata Xavier Becerra, representante del estado de California. El republicano Ed Royce, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores, prefirió en cambio saltearse la retórica:
"Esos que ustedes llaman fondos buitre para nosotros son norteamericanos", dijo.
Y eso que el grupo había intentado llegar despojado de prejuicios. La kirchnerista Juliana Di Tullio, por ejemplo, exageró incorporando el protocolo papal en el Departamento de Estado: cuando se topó con Roberta Jacobson, secretaria adjunta para Asuntos del Hemisferio Occidental, la saludó con un beso en la mano. Julián Domínguez, que hacía de coordinador, corrigió además la mecánica de oradores: no tenía sentido que expusieran todos porque eso entorpecía las relaciones.
Un rasgo de diplomacia. De tan diverso y numeroso, el conjunto oficialista-opositor había caído en manifestaciones descoordinadas e innecesarias en el emblemático edificio Harry S. Truman. El sanjuanino Ruperto Godoy, por ejemplo, se dio el gusto de referirse en duros términos a los Estados Unidos. Y cuando Federico Sturzenegger, de Pro, argumentó que la Argentina pretendía integrarse a la comunidad internacional para volver a ser "un país normal", recibió un encendido reproche de Carlos Heller, que adujo que la Argentina era desde hacía diez años un país normal. El contrapunto motivó después una broma de Martín Lousteau: "Carlos, ¿vinimos hasta acá para que le contestes a Sturzenegger?".
Obsesiones de pago chico que, de tanto en tanto, distraen de objetivos más amplios y gravitantes. Pero que explican la lógica de la eventual solución: si se paga la deuda, volverá a hacerse pateando la mesa. Aun obligándolo a hacerlo, Griesa acaba de darle al kirchnerismo la oportunidad de ser fiel a lo que siempre ha sido.
Fuente: La Nación (Caba)