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10 de Febrero de 2014 - Recreación

Tucumán-La diversión ya tiene un nuevo horario

Sin festejos especiales, pero con una alegría generalizada, los jóvenes celebraron la caída de la ley que le ponía tope a la noche a las 4.

Son las 4 en punto de la madrugada y faltan cinco minutos para que María Emilia se quite la remera negra y se tire de cabeza, en short de jeans y corpiño, a la pileta del club que retumba de reggaeton frente al parque 9 de Julio. Esperó el momento casi como si fuera una cábala: “estaba segura de que a las 4, una vez más, las luces se iban a prender y el locutor nos iba a mandar a la casa. O a la calle, a matar la noche en algún lado”, dice la chica de 20 años ya con el cuerpo en el agua. Pero esta vez no pasó nada. A la hora señalada, el locutor se quedó calladísimo y la música siguió sonando. Entonces ella se tiró al agua a acompañar a los muchachos que nadaban en calzoncillos o con los pantalones puestos. La luz es toda azul y la inhibición se vive cual si estuvieran en la playa.
Afuera hay decenas de taxis. Un ejército de autos blancos con la luz de libre más encendida que nunca espera que la noche termine. No pasa nada, nadie sale del boliche montado en este club, en el que todos están dispuestos a dejar de bailar sólo cuando se encienda la luz del sol. La boletera sigue cortando tickets y la cola acumula unos 20 jóvenes que recién consiguen despegarse de “la previa”. “Son $50, sin consumisión”, reitera, a cara de perro, la expendedora de entradas. No hay perdón ni rebajas por grupo. Todo lo contrario. A las 2 el acceso se pagaba $ 30 e incluía un trago largo, pero ahora, a las 4.30, sale $ 20 pesos más. “Y... al que le guste el durazno... -insinúa la nada sonriente vendedora-; todos están contentos, menos nosotros los que trabajamos de esto. Para nosotros son más horas”, se queja.
Siempre habrá alguien que se queje, y los muchachos de la barra no consiguen que su voz se haga oir, pero sus rostros son tan expresivos como la garganta de la vendedora de entradas. A María Emilia no le importa mucho y sigue nadando entre chicos en boxer. “Desde que empecé a salir a bailar, desde que me dieron permiso por primera vez, que puede seguir pasadas las 4. Para mí esto es un nuevo Tucumán y hay que aprovechar”, dice la estudiante de Educación Física convertida en delfín, aunque no puede prometer que cuando cierre del boliche vaya a volver directo a su casa. “Ya veremos, si sale algo...”, deja entrever con los ojos pícaros y una sonrisa.
Después de casi ocho años, la ley que fijaba el tope horario a las 4 AM en los boliches tucumanos es historia. No hay festejos especiales, no hay brotes de euforia en las calles ni nada que se le parezca. Al contrario: son las 5 de la madrugada y las calles emulan un desierto. 
Si hasta hace una semana el taxi a las 4 de la mañana era una figurita difícil de conseguir, ahora es un bien que se puede elegir a gusto. Sobran en todas las calles y avenidas. A los choferes no les causa gracia. “Antes -se refiere al pasado olvidado de las 4 AM- a las 6 ya estábamos durmiendo. Ahora habrá que esperar estas dos horas para hacer algunos viajes”, compara un taxista sin entusiasmo. En las puertas de los locales bailables se agolpan los autos de alquiler a la espera de clientes, pero al parecer nadie está dispuesto a renunciar al derecho de bailar hasta el final. 
Los boliches, los pocos que permanecen abiertos durante los meses de verano, están llenos y la fiesta, puertas adentro, continúa como si nada hubiera pasado durante casi una década. “Es simple. El que quiso seguir de fiesta siguió de fiesta, con ley de las 4 AM o sin ella. La diferencia es que ahora, con dos horas más dentro del boliche, la gente ya se queda más tranqui, no sale a buscar after desesperadamente”, reflexiona José Pablo Domínguez, de 33 años. “Yo prefiero olvidarme de estos ocho años de renegar todos los fines de semana y pensar que nada ha pasado, que las cosas vuelven a la normalidad, a cuando yo tenía 24, 25, y salía hasta la hora que me parecía. Mirá, son las 6 y nadie se queja porque se apagó la música, la gente se va tranquila”, dice, y señala la multitud que se retira silenciosa del boliche de Corrientes y San Miguel. Los apurados son los empleados, que aceleran el trámite de bajar las persianas de metal. 
 
Fuente: La Gaceta de Tucumán

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