Jueves 13 de Marzo de 2025
10 de Febrero de 2014 - Espacio Público

Caba-El Rosedal, dos espacios, dos tiempos

Por Juan Bedoian

Sometido a la arbitrariedad de los asuntos humanos, El Rosedal de Palermo ha ganado fama con otro nombre que lo desmerece: El Circuito . Antes, cuando todo era más simple, las familias y los enamorados iban de paseo a El Rosedal y los ojos se llenaban de paisaje, historia y un moderado erotismo: el lago de los cisnes, el Puente Helénico, el Patio Andaluz con su pérgola, glorieta y fuente, 10.000 rosales, 26 bustos de escritores, tipas, ceibas, jacarandás y miradas encendidas. Hoy sigue siendo un mundo bucólico, vigilado y cerrado (con rejas negras, literalmente) que forma parte del Parque Tres de Febrero. Allí no hay lugar para los espíritus descarriados, los borrachos y los perdidos. El paisaje tiene una probidad que excluye el desorden, permanece intocado por la maldad de las ciudades como el césped terso que nadie pisa. No picnic, no bicicleta, no animales. Quieto en la felicidad de su condición, es un sitio que, en determinadas estaciones, días y horas, le habla a los caminantes, tiene sus revelaciones y secretos. Dicen que el mes de noviembre, con el estallido de las rosas, propicia esa plenitud.
Afuera, en los bordes de El Rosedal, ya es otro mundo, más apremiante, más vertiginoso. El contraste es notable. Mientras los patos circulan gráciles por el lago y los cardenales enrojecen árboles detrás de las rejas, en El Circuito se agita un ejército de humanos que caminan, corren, rollean, andan en bicicleta, juegan al hockey sobre patines, practican yoga, gimnasia, tai chi chuan y nosequé. En una especie de pista de 1.600 metros por cuatro de ancho, una multitud diversa –más de 1.000 almas cada día– se consagra a la vida saludable. La muchedumbre es curiosa: la mayoría son mujeres que caminan, el 80 por ciento ha pasado los cuarenta, los ciclistas andan por fuera y los patinadores, los fines de semana. Todos parecen habitar en una sola dimensión del tiempo: un presente sin historia. 
Antes, en épocas que ya resultan antiquísimas, cuando se veía correr a alguien por las calles, generalmente era por motivos extraordinarios: un ladrón perseguido por la policía, jóvenes manifestantes perseguidos por los gases de la represión o algún amante persiguiendo a otro/a amante. Se corría bajo el impulso de la pasión, el miedo o la furia. Ahora, en los tiempos light, en los parques de Buenos Aires o Nueva York te cruzás con miles de ciudadanos que corren en todas las direcciones y por su propia voluntad, ataviados con costosos equipos de gimnasia y rostros de un sudor impávido. El Circuito de Palermo es la gran vidriera de estos militantes que se mueven ya no para alcanzar una utopía sino objetivos más modestos: si uno marcha cinco vueltas, se queman 396 calorías; una caminata diaria de 30 minutos te mejora el cuore, la circulación y el ánimo; el ideal es llegar a los 10.000 pasos diarios. Circular por la vida, ay, puede ser una peligrosa aventura moral. Circular por Palermo minimiza el compromiso aunque el asunto tiene lo suyo. Cómo se explica, si no, que tantas personas inteligentes den vueltas por ese círculo como si en eso se estuviesen jugando sus vidas. 
Es tarea imposible describir esa diversidad humana, la motivación última que los impulsa. ¿Vale preguntarse qué los une? Una maratón en la que participan 1.500 almas supone una forma de sociabilidad. Pero esa caminata individual por El Circuito , no. Allí sólo está el viandante moderno que quiere escapar de la Ciudad desnuda, gente que circula entre desconocidos y aprende a ser nadie, individuos que caminan enérgicamente como si ese movimiento borrara en su cerebro y en su sangre todo lo que ha visto y pensado y sentido antes. 
El Rosedal se explica por esos dos espacios y esos dos tiempos. Uno, entre esculturas y pérgolas del pasado, lo cancela. El otro, entre el pavimento y la multitud cambiante, lo lanza hacia adelante. Tenemos un lío ahí ya que la vida sólo puede ser entendida mirando hacia atrás, aunque deba ser vivida mirando hacia adelante. O sea, hacia algo que no existe. Pero a los caminantes de El Circuito eso parece importarles un cuerno. Vayan y véanlos: en cada paso, esta gente está persuadida de que se dirige a algún lado, a alguna forma de destino.
 
Fuente: Clarín

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