6 de Setiembre de 2013 - Arquitectura
Caba-Las torres que respetan al barrio
Por BERTO GONZÁLEZ MONTANER *
Como pocas veces en la Ciudad, un grupo inversor escuchó el reclamo de los vecinos y paralizó el proyecto de un par de torres reemplazándolo por otro que contemplaba las formas y la escala de sus edificios vecinos. Se trata del flamante Palacio Bellini, un edificio de residencias, suites, estudios y oficinas proyectado por el prestigioso Estudio Aisenson, que viene a completar la manzana del legendario Palacio de Los Patos en el barrio de Palermo.
En las primeras propuestas, los arquitectos de Aisenson barajaron aprovechar la construcción existente, un edificio de cocheras con locales que ocupaba media manzana, lindero al Palacio sobre las calles Gutiérrez, Cabello y República Arabe Siria. Los planos que presentaron a la Ciudad incluían la idea de reciclar este edificio convirtiéndolo en un basamento del cual emergerían dos esbeltas torres de viviendas con sus correspondientes “amenities”.
La Ciudad de Buenos Aires todavía se rige por el código de planeamiento del año 1977, derivado del Plan Regulador del año 1962, que como ha reseñado Miguel Jurado en esta sección Tres Dimensiones la semana pasada, fue redactado bajo los influjos del Urbanismo Moderno. Si bien ha tenido reformas y actualizaciones, esta norma que dice qué y cómo se puede construir en la ciudad todavía mantiene sus ideas fundantes. Una de ellas –quizás una de las más importantes– es que los edificios “pisen” lo menos posible el suelo para que este se convierta en espacio verde. Traducción: el viejo y todavía actual código, privilegia y premia el agrupamiento de lotes para construir torres.
Para los desarrolladores, sin duda, las torres son una fórmula exitosa. Se sabe: se construyen rápido, cotizan bien y la gente elige vivir en ellas. Pero los vecinos, está visto, no las quieren. Ya les conté que vivo en una casa chorizo reciclada, que cuando llega el invierno, el sol me amarretea sus rayos. Vieron que circula más bajito que en verano, en consecuencia en esta estación las medianeras me lo ocultan. Cuando pude elegir nuevamente, elegí una torre. Sol de mañana, sol de tarde, vistas increíbles, cielo infinito… Todo un canto a la vida. Claro que cuando me asomaba al balcón, el dibujo de la sombra de la torre proyectada sobre mis vecinos me acongojaba.
Los vecinos de Palermo intuyeron ese sombrío destino y, preocupados además por el impacto que tendrían estas torres, salieron a batir parches. Tuvieron más suerte que en otros barrios. Los arquitectos de Aisenson sabían que la ley estaba de su lado, pero ante la sensatez del reclamo replantearon el proyecto. ¿Cómo no respetar y potenciar los valores paisajísticos de este significativo entorno, aunque el Código (insisto: redactado hace casi 40 años bajo otros conceptos urbanísticos) permitía hacer otra cosa?
A un lado, el emblemático Palacio de Los Patos, esa bella construcción residencial de los años 20, con sus muros de revoque símil piedra, barandas de hierro forjado y con departamentos compartiendo esos apacibles patios interiores; en frente, la mítica Colorada, una joyita ladrillera, de 4 pisos, también de principios de siglo pasado con un fuerte sabor británico y que por lo exótica sorprende a cualquier paseante.
Aisenson propuso tomar las líneas y proporciones de llenos y vacíos de sus vecinos (qué necesidad hay de inventar otras). Y con una materialidad y lenguaje contemporáneo, completó el bloque de la manzana. Y a su vez, en el interior dio a este conjunto el aire del palacio vecino. Replicó el uso del patio, no como un simple artilugio para que las viviendas ventilaran e iluminaran correctamente, sino para crear un lugar interior con paisaje propio. Claro, no podía faltar la pileta, que como suelen decir los inmobiliarios, en estos barrios de cierto nivel adquisitivo, suelen servir más como argumento de venta que para darse un chapuzón.
* Editor General ARQ
Fuente: Clarín