El 18A puso en evidencia no sólo la disconformidad de la gente con el gobierno nacional, sino también y fundamentalmente a los sectores que buscan sacar algún rédito que los pueda posicionar electoralmente.
Panorama político de la semana- Por Fernando Viano
Corría el fatídico 2001 cuando la gente, espontáneamente y con mucha bronca, ganó las calles para manifestar su descontento con la clase política de aquel entonces, imponiendo como bandera el irrestricto “que se vayan todos”.
Era un grito casi desesperado, ante el agobio de una economía que se despedazaba y la cruenta visión de un país que se desmoronaba en una realidad que presagiaba la debacle, el desastre, la hecatombe.
Aquel grito casi sagrado (como lo es siempre la voz del pueblo) se llevó puesto al presidente Fernando De La Rúa, que debió prácticamente huir en un helicóptero, dejando para la retina de los argentinos una de las imágenes más tristes en su historia, una fotografía que salió en la primera plana de los principales diarios del mundo.
Desde entonces, hasta ahora, pasaron ya varios años y aunque la historia se plantea de una manera completamente distinta, la anemia cíclica que evidente e irremediablemente afecta a este país nos sitúa en escenarios similares que invitan a un sin fin de lecturas, propias de aquellos fenómenos tan dispares en sus orígenes, pero tan compactos en sus desarrollos.
Hoy la consigna no es el “que se vayan todos”. La consigna, por el contrario, es que se queden pero que hagan lo que tienen que hacer y que lo hagan bien. La referencia, siempre la misma: la clase política. Porque sería un error, para empezar, pretender hacer una lectura tan escueta como engañoza a partir de la cual se intente atribuir la voluntad de la gente sólo a reprochar las actitudes del partido gobernante.
El 18A, como se denominó a esta nueva y tercera movilización masiva a nivel nacional convocada desde las redes sociales, dejó mucha tela para cortar, más allá del consabido silencio al que nos tiene acostumbrado el kirchnerismo y, más precisamente, el cristinismo, en su afán por hacer de cuenta que no pasa nada, en su clara intención de “ningunear” una protesta que, mal que le pese, va en permanente y franco crecimiento, casi casi al mismo ritmo que la inflación.
Difícil es entonces abstraerse de lo ocurrido, en un contexto en el que el país se ve convulsionado por las últimas noticias de corrupción, lavado de dinero y reformas judiciales, todas ellas fuertemente mediáticas, con todos los riesgos que esto implica. Y todo al mismo tiempo, y todo revuelto como en una bolsa de gatos que arañan en pos de obtener alguna ventaja, aunque más no sea mínima.
A nadie puede escapar a esta altura de los acontecimiento que así como el Gobierno nacional viene haciendo agua en cuestiones tan fundamentales como, por caso, la economía, la oposición viene permanentemente a los tumbos, más allá de que los planteos puedan parecer uniformes.
En realidad, una vez más la gente viene a superar a una dirigencia opositora en la que reina la abulia, la falta de ideas, la falta de aportes y, por ende, la falta de referentes.
Una vez más la gente, con su espontaneidad y cacerolas, pone en evidencia el vacío dirigencial al plantear con fuerza los ítems que más le preocupan: inseguridad, corrupción, falta de Justicia y el pedido de una Justicia independiente, mejoras salariales, entre otras consignas que se dieron cita en todo el país.
Pero además, y fundamentalmente, el pedido de un cambio radical en los modos, en las formas en que se gobierna desde el poder central.
Tal vez, el pedido fundamental de todas y cada una de las manifestaciones que se produjeron ya, sea precisamente que el Gobierno nacional escuche, preste atención y dialogue, en lugar de permanecer en una especie de autismo autoimpuesto que genera infinidad de incertidumbres.
Aquí también. Y en todos y cada uno de los ámbitos de la política vernácula. Porque, como se dijo anteriormente, sería erróneo suponer que el reclamo popular se circunscribe únicamente al poder K y sus derivados.
Sin embargo, algunos sectores parecen estar muy distantes de poder realizar una lectura en este sentido. Y no sólo eso. También están muy distantes, por tanto de poder esgrimir una autocrítica antes de sumarse a una manifestación como si fueran los principales gestores de la protesta.
En la otra vereda
Aquí, en nuestra Rioja, al igual que ocurrió a nivel nacional, los disconformes de siempre -por el disconformismo y nada más que por el disconformismo- hicieron uso y abuso de la política del oportunismo para sumarse a una manifestación genuina de la gente, en pos de obtener algún rédito que los pueda reubicar, como oposición, en el panorama electoral que se viene.
De ahí que no resultara extraño ver encabezar la movilización a sectores del quintelismo, por ejemplo, fieles a un estilo que baja desde la cabeza misma del Municipio y que indica que hay que sumarse a toda manifestación en contra de (sin importar en contra de qué), y más allá de todo alineamiento anterior.
Muchas veces se lo escuchó al intendente Ricardo Quintela defender a ultranza al kirchnerismo, con total sentido de pertenencia, al igual que lo hizo con el bederismo.
Pero hoy, en pos de buscar su lugar en el mundo (extraviado hace rato el rumbo) y de recuperar el terreno evidentemente perdido, el quintelismo comienza a ubicarse en la otra vereda, tal como lo hizo anteriormente también en relación al bederismo, elevando como propia la bandera de la lucha en contra de la minería y toda cuanta consigna anduviera dando vuelta en contra del gobierno de Beder Herrera.
De ahí que no resulte llamativo que el propio intendente Quintela haya salido públicamente a desmentir a la Presidenta, al afirmar que “a Cristina le informan mal sobre la situación de La Rioja”, luego de que la mandataria nacional hubiera afirmado que los índices de pobreza disminuyeron drásticamente en la Provincia.
¿Qué datos maneja el Intendente que no maneja la Presidenta? ¿Por qué no los da a conocer, en tal caso? ¿O es el Intendente no vive en esta Provincia y no gobierna en la ciudad más importante, con lo cual no sería parte del problema?
Son estos algunos de los interrogantes que surgen de inmediato. Pero no son los únicos.
Muchos, por estas horas post 18A se preguntan qué ocurriría con el intendente Quintela si, a su regreso de Estados Unidos, Beder Herrera lo llamara a una reunión y finalmente se limaran las asperezas.
¿Estaría presente el quintelismo en una manifestación de estas u otras características? La respuesta, a esta altura de los acontecimientos, resultaría más que obvia.
Tan obvia como que en la ciudad de los sueños que prometió Quintela a los riojanos todo sigue resultando una verdadera pesadilla. Desde los baches interminables (tapados a las apuradas), hasta la ausencia de recolección de residuos; desde los semáforos que no funcionan, hasta la falta de iluminación; desde los inexistentes controles en el tránsito, hasta los increíbles cortes por la protesta de los (pocos) empleados del Concejo Deliberante que generan un verdadero caos en el centro de la Ciudad.
¿Y en dónde radica el problema? ¿En la falta de recursos o en la ausencia de gestión? A la luz de ciertos ejemplos, vale decirlo, se hace mucho más evidente lo segundo que lo primero. Y por caso, debería observarse que mientras el intendente capitalino inaugura con bombos y platillos un (1) semáforo, el intendente chileciteño Lázaro Fonzalida hace obra pública en serio: nueva circunvalación; nuevo ingreso a la ciudad; semáforos de última generación, etc. La diferencia, claro está radica no sólo en gestionar los recursos en Buenos Aires, sino también en la manera en que se emplean. Aquí, según parece, ni una cosa ni la otra.
¿Sincericidio?
Quedará para la reflexión -obligada- la frase de un verdadero filósofo del quintelismo que, en un contexto poco oportuno para las declaraciones rimbombantes y en un escenario pre-electoral en el que su sector parece perder terreno definitivamente, dejó una frase para la historia (hacia adelante y hacia atrás): “En esta provincia hay un escenario electoral a cancha ladeada, ya que las elecciones en La Rioja no se ganan, sino que se compran”.
Textual del viceintendente Armando Molina, un hombre con muchos años de política encima, quien al tiempo que dejó deslizar que el sector del intendente capitalino no participaría de las próximas elecciones legislativas, nos invita a hacernos algunos interrogantes.
A saber: ¿Molina, al afirmar que las elecciones se compran, se referirá también a las elecciones ganadas por el quintelismo en tres oportunidades? ¿Por qué no denuncia Molina, en tal caso, esta grave situación en los ámbitos correspondientes? ¿Es Molina el Fariña del quintelismo? ¿O sólo estamos ante un caso de sincericidio?
El caso del Viceintendente es, tal vez, uno de los tantos que ponen en evidencia que el pez por la boca muere y que uno termina siendo esclavo de sus propias expresiones. Un hecho que alcanza a muchos de los políticos que no terminan de ver más allá de su horizonte y que no dimensionan realmente la importancia del reclamo popular, que va mucho más allá de lo que se ve, o de lo que se pretende querer ver. Ni que hablar de lo que se quiere ocultar.
De otra manera, sería difícil, si no imposible, poder explicar que quien promulga el no rotundo a la reelección del gobernador Beder Herrera, por citar sólo un ejemplo, haya manifestado ya el deseo de seguir ocupando su cargo como diputado provincial por la Unión Cívica Radical.
La referencia, claro está, es para el chileciteño Julio Martínez, permanente expositor del “anti”, siempre que, claro está, no lo toque a el mismo.
Para ellos también, en su conjunto, va el 18A. A no equivocarse entonces en la lectura.
Fuente: Nueva Rioja
La Rioja Municipal - La Rioja - Argentina