Por Rubén E. Galleguillo (**)
Primera Parte
El desigual y asimétrico desarrollo regional en la República Argentina constituye uno de los tópicos centrales a la hora de definir la agenda pública, toda vez que tradicionalmente fue objeto de fuertes, intensas y controvertidas disputas políticas que signaron el derrotero nacional, pero también fue, y lo sigue siendo aún hoy, fuente y motivo de preocupación ciudadana, tanto mayor cuanto más asimétricas y desiguales son las oportunidades de desarrollo de cada una de las provincias argentinas.
Los desequilibrios regionales se remontan a los inicios mismos de la organización nacional, y a pesar de las diversas, aunque contradictorias políticas y acciones que siguieron los gobiernos de turno, y conforme lo demuestran numerosas investigaciones al respecto, las asimetrías no sólo no se atenuaron sino que se agravaron significativamente poniendo en tela de juicio el propio federalismo adoptado como sistema de organización política.
El desarrollo regional, no obstante constituir un tema de especial relevancia política, económica y social presente en todos los discursos políticos, no ha tenido una correspondencia fáctica equivalente, limitándose los gobiernos a la enunciación de políticas generales, y en el mejor de los casos a la implantación unilateral de políticas segmentadas, desarticuladas y espasmódicas, que no atendían la complejidad e integralidad del problema en cuestión.
Los diferentes niveles político-institucionales involucrados en la problemática regional (nacional, provincial y municipal) que dificulta o impide la formación de consensos; el carácter multidimensional que deben asumir las políticas públicas para un eficiente y eficaz abordaje de la realidad regional; la falta de una visión estratégica y de largo plazo en la formulación de las políticas a seguir; la prevalencia en la élite gobernante de un criterio político que tiende a atender lo urgente en desmedro de lo importante; la falta de voluntad y decisión para transformar una estructura productiva de carácter agroexportadora en una matriz que integre las diversas realidades económicas del país; las limitaciones de recursos de naturaleza tangible e intangible que demoran -en el mejor de los casos- la implementación, o sirven de excusa -en el peor- para no avanzar en la dirección de las políticas que se proclaman; y, los poderosos, diversos y contrapuestos intereses existentes entre los numerosos actores públicos y privados que intervienen en el proceso y en la toma de decisiones; tornan no sólo altamente problemática sino también especialmente compleja la formulación, implementación y evaluación de políticas en materia de desarrollo regional.
Los desequilibrios regionales incluyen una densa, inextricable y dilatada problemática que es necesario articular con los procesos económicos globales, habida cuenta de la internacionalización de las economías regionales, a partir de una estrategia integral de desarrollo que garantice oportunidad, equidad y sostenibilidad.
El economista argentino Juan Llach plantea como estrategia genuina de desarrollo "la competitividad sistémica" que a su juicio condensa las tres tendencias relevantes del desarrollo económico contemporáneo, a saber: el crecimiento endógeno; la formación de los complejos o racimos productivos en torno de los recursos naturales; y el liderazgo de las regiones y sus redes de empresas.
En esa directriz analiza los componentes y responsables institucionales que se deberían considerar, entre los que señala: una estrategia sistémica (Provincias-Nación); protección al valor agregado eficiente y a las exportaciones (Nación); impuestos (Nación-Provincias-Municipios); reforma laboral (Nación-Provincias); infraestructura (Nación-Provincias); posicionamiento externo (Provincias-Nación); desregulación (Provincias-Nación-Municipios); PyMES (Provincias-Nación-Municipios); formación del capital humano (Provincias-Nación); justicia y seguridad (Provincias-Nación); y medioambiente (Provincias-Nación).
Otros autores e investigadores, entre muchos que reflejaron en cada momento las orientaciones teóricas y políticas en el subcontinente sudamericano, han enfocado la regionalización vinculada a los polos de crecimiento (Boisier); a factores estructurales (Coraggio); a la integración económica y el nivel de empleo (Lizano); a las políticas de liberalización y las disparidades del desempleo regional (Díaz Cafferata y Figueras); al desarrollo local (Max Neef) o a políticas de descentralización (Borda).
No obstante los valiosos aportes teóricos y metodológicos, la experiencia acumulada, y las esporádicas políticas puestas en práctica en materia de regionalización en Argentina, los resultados no sólo no parecen ser los esperados, sino que las diferencias se incrementaron, como lo acredita un reciente estudio de Cetrángolo y Jiménez.
Cabría pensar que, sin minusvalorar las investigaciones y estudios hechos en la materia, una auténtica política pública orientada a la reducción de las desigualdades regionales en el país debiera partir del reconocimiento del carácter complejo y multidimensional que asume esa realidad. Ello posibilitaría, siguiendo el pensamiento de economistas de la talla de Krugman o Stiglitz, abordar los problemas desde ópticas diferentes, con renovados conceptos y metodologías que reflejen una visión estratégica, sobre bases consensuales mínimas, y políticas públicas coherentes, continuas y eficaces.
(*) El presente es un extracto de un artículo más extenso y fundamentado en bibliografía especializada publicado en la Revista Digital Inferencia Política, del Departamento Académico de Ciencias Sociales, Jurídicas y Económicas de la Universidad Nacional de La Rioja.
(**) El autor es Contador Público y Magíster en Relaciones Internacionales.
Fuente: El Independiente
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