Juguetes. Sanz, Cobos y Alfonsín multiplican sus candidaturas y dividen sus posibilidades. ¿Miedo al poder?
Por James Neilson
Hace cuatro años, los radicales se sentían tan deprimidos que, por falta de un presidenciable propio, prestaron su maquinaria electoral al peronista Roberto Lavagna, pero, gracias a la popularidad realmente extraordinaria que alcanzó el vicepresidente rebelde Julio Cobos luego de aquel voto no positivo en el Senado, la UCR logró salir, tambaleante pero mostrando señales de vida, del cementerio en que yacen los movimientos políticos muertos antes de que los enterradores terminaran sepultándola para siempre.
Cara a los comicios fijados para octubre, los radicales creen contar con nada menos que tres candidatos con posibilidades: Ricardo Alfonsín, Ernesto Sanz y, para disgusto de quienes no lo quieren, Cobos. Puede que sólo sea cuestión de una ilusión, que la mayoría siga convencida de que los radicales pueden ser buenas personas pero son demasiados débiles como para asegurar la sacrosanta gobernabilidad, especialidad esta de los peronistas, de suerte que a su eventual candidato presidencial le costaría conseguir más del 17 por ciento de los votos que cosechó Lavagna en el 2007, pero mientras tanto tienen derecho a soñar con un resultado decididamente mejor.
Según la ley electoral presuntamente vigente, los distintos partidos deberían celebrar elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias el 14 de agosto. Los radicales optaron por adelantarse, haciendo su propia interna abierta el 30 de abril, no sólo para protestar contra legislación que a juicio de muchos favorece al oficialismo sino también porque Alfonsín, el preferido de los veteranos que dominan el aparato partidario, espera aprovechar la ventaja que le atribuyen actualmente las encuestas. Por su parte, Sanz, que es casi un desconocido para buena parte de la población, hubiera preferido demorar la interna hasta junio por suponer que le daría el tiempo suficiente en que construir una imagen más nítida que le serviría para congraciarse con los votantes. Desgraciadamente para él, los amigos de Alfonsín lo madrugaron. En cuanto a Cobos, ha decidido boicotear la interna del último día de abril: además de temer que infiltrados kirchneristas aprovecharían la oportunidad para fulminarlo, supone que le convendría más enfrentar al sobreviviente de la pelea entre Alfonsín y Sanz a mediados de agosto.
De los tres, Alfonsín es el candidato de la nostalgia, de los recuerdos de la campaña emotiva de 1983 que culminó con el triunfo apoteósico de su progenitor. De no haber sido el hijo del “padre de la democracia”, Raúl Alfonsín, le hubiera sido difícil diferenciarse de los centenares de correligionarios relativamente capaces que aspiran a ocupar puestos destacados en el universo radical. Que este haya sido el caso es un tanto curioso. En los años que precedieron a su muerte, Raúl Alfonsín no pudo soñar con volver a la Casa Rosada porque, una minoría reducida de fieles aparte, nadie lo hubiera votado, pero no bien se fue para siempre, su figura se agigantó hasta tal punto que “Ricardito” recibió una herencia política muy valiosa. Algo similar sucedió cuando nos abandonó Néstor Kirchner; el piantavotos que había perdido en la provincia de Buenos Aires ante Francisco de Narváez, en seguida se vio convertido en todo un prócer, metamorfosis póstuma que benefició muchísimo a su viuda, la presidenta Cristina. Para perplejidad de los estudiosos de la mente colectiva argentina, a menudo los políticos difuntos –Perón, Evita, Alfonsín, Kirchner– son tan poderosos como los vivos, o más.
Para Cobos, la irrupción imprevista de Alfonsín hijo como un rival de fuste fue una pésima noticia. Sucedió cuando su imagen ya se desinflaba poco a poco, privándolo del cómodo primer lugar en las encuestas que había sido suyo desde el 17 de julio del 2008. Como no pudo ser de otro modo, no vacilaron en encolumnarse detrás de la nueva esperanza partidaria los muchos radicales que detestaban a Cobos que en su opinión se vendió a los Kirchner. Entendían que de no haber sido por el mendocino, la UCR aún sería un mosaico de agrupaciones provinciales y municipales, pero no estaban dispuestos a perdonarle su “traición”.
Durante años, los anticobistas trataron de debilitarlo presionándolo para que renunciara a la vicepresidencia, a sabiendas de que la ambigüedad supuesta por ser el sucesor en potencia de la Presidenta si por algún motivo tuviera que abandonar el poder y el referente principal de la oposición estaba en la raíz de su de otra manera inexplicable popularidad. Aunque Cobos se las arregló para desempeñar con cierta habilidad el papel insólito que el destino le había otorgado, el tiempo le jugaba en contra, ya que más de tres años separaban su salto al centro del escenario político nacional de las elecciones presidenciales siguientes. Por lo demás, últimamente ha brindado la impresión de haberse resignado a ver apagarse su estrella antes de octubre; da a entender que no lo lamentaría demasiado. Para que recuperara su brillo, sería preciso que los kirchneristas más fanatizados reanudaran los ataques furibundos contra su persona que tanto contribuyeron a hacer de él por un par de años el político más popular del país, pero parecería que Cristina se ha dado cuenta de que, desde su propio punto de vista, vituperarlo es contraproducente.
Fuente: Revista Noticias
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