7 de Octubre de 2013 - Desarrollo Productivo
Córdoba-La escuela en que cada alumno tiene una pequeña huerta
En el Ipem Juan Garro, cada uno de los alumnos es dueño de un cantero. Allí deben sembrar y cultivar la mayor cantidad de verduras posible. Y el que lo logra, se lleva la producción a su casa.
Brisa pasó su infancia en San Salvador de Jujuy, entre plantaciones de papa y criaderos de conejos. Lo primero que le pidió a su madre, al mudarse a Córdoba, fue que la mandara a una escuela agrotécnica. Quería continuar con el oficio.
Agustín le tenía miedo a la secundaria. Muy bien no la había pasado en la primaria Urquiza y en todo momento se preguntaba cómo sería ser estudiante de un nivel superior. Aquel primer día conoció a Santiago, quien sería su incondicional amigo y socio en la quintita que les tocaría cuidar.
Dayana conoció las frutillas por las plantaciones de su bisabuela, en barrio Pueyrredón. También descubrió el sabor de los higos, las mandarinas y las naranjas orgánicas. Todos frutos que la viejita hacía crecer como por arte de magia. Hasta que se quedó sin fuerzas.
Brisa, Agustín y Dayana son estudiantes de primer año del Ipem 189 Juan Garro, una de las pocas escuelas del mundo en la que los chicos se alegran cuando les piden que saquen una hoja. Donde salir al patio es sinónimo de puntear el suelo, sembrar y cosechar verduras. Allí funciona una huerta con producción, los 365 días del año.
Entrampados. Para llegar a la escuela Doctor Juan Mamerto Garro hay que tomar la Ruta Nacional 19, girar por la rotonda que va al Mercado de Abasto y cruzar las vías hasta la avenida Malvinas Argentinas. En la entrada, hay un retoño de la famosa higuera de la casa natal de Domingo Faustino Sarmiento, en San Juan. Cualquier recipiente es excusa para oficiar de maceta: neumáticos, tachos y hasta potecitos de yogur. A este colegio asisten 370 alumnos.
“Esta actividad tiene más de cinco años -comenta Diego Ahumada, profesor a cargo de la huerta-. Los chicos se dividen en grupos y a cada uno le toca un cantero. La tarea es simpática al comienzo pero requiere esfuerzo. En marzo hay que sacar las malezas, preparar el suelo y sembrar. En mayo o junio ya están cosechando verduras”.
La huerta está poblada de trampas. Recipientes amarillos cuelgan con agua y jabón. Una hilera de borrajas, caléndulas y flores de rabanitos ofician de entrada. Todos tienen como objetivo atraer los insectos y evitar que éstos se vayan a las plantaciones. También hay un sector a la sombra en el que se acumula pasto cortado y hojas secas. Es la “compostera”, donde se prepara el abono.
En otoño-invierno se siembra lechuga, acelga, perejil y rabanitos. En primavera, por un sistema de rotación de cultivos, se usa el mismo cantero pero esta vez para zapallitos y repollos, entre otras cosas. Como tuvo éxito, es utilizado para las prácticas del “Programa Pro Huerta” del Inta Córdoba.
Sin descanso. El trabajo arranca en marzo. Hay que sacar las malezas acumuladas durante el verano. El yuyo cortado y las hojas secas se usan como abono, en un sitio preparado a la sombra. Durante una semana se prepara el suelo con la pala, se lo riega y se lo vuelve a ralear. En grupos de a dos, trabajan canteros de tres metros por seis. Son 18 metros cuadrados que deben hacer rendir.
“Al principio te entusiasmás pero después de las dos semanas no te podés mover de tanto agacharte con la pala. Para mayo o julio ya sacamos las primeras lechugas. Lo mejor es llevárselas a tu casa y dárselo a tu mamá”, cuenta Agustín. Alexis asiente con la cabeza: está sacando los primeros porotos de su planta de habas.
El día transcurre de un solo tirón. Algunos puntean con la pala, otros sacan malezas. No hay tiempo para el descanso. En la huerta se cosechan verduras y también historias. Por solo retomar nuestros personajes del comienzo: Brisa perpetuó el oficio de hortelana, un designio que cargó en sus genes de generación en generación. Agustín le perdió el miedo a la secundaria y se convirtió en uno de los mejores alumnos de la huerta. Y Dayana tomó la posta de la quinta de su bisabuela, suplantando la fuerza que la viejita agotó.
Abono. Los alumnos del colegio preparan el abono con que luego fertilizan la tierra de las plantaciones.
Fuente: La Voz del Interior