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15 de Octubre de 2012 - Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Caba-Hay 58 mil usuarios que usan el sistema público de bicing

Funciona en 23 estaciones de toda la Ciudad y prevén llegar a 30. La última que se inauguró está en Parque Patricios.

La red de ciclovías se complementa con el sistema de alquiler público de bicicletas, ahora rebautizado por el Gobierno porteño como “Sistema de Transporte Público en Bicicleta” o STPB. Ya hay 23 estaciones activas y 850 rodados que, por ahora, se siguen prestando en forma gratuita a 58.000 usuarios que realizan un promedio de 3.000 viajes diarios . La estación más nueva es la de Parque Patricios, en Caseros y Almafuerte.
En su proyecto de presupuesto 2013, el Ejecutivo anticipó que en el mediano plazo se prevé superar las 30 estaciones y, más adelante, llegar a las 100 . Y en la Subsecretaría de Transporte de la Ciudad confirman que seguirán sumando bicicletas hasta llegar a un total de 5.000.
Es que el sistema resultó un éxito: desde su lanzamiento, el 1° de diciembre de 2010, ya se realizaron 875.000 viajes en bicicletas públicas. De acuerdo a una encuesta de la Subsecretaría de Transporte porteña, el 48% de los viajes que se hacen son por motivos de trabajo y el 21%, por cuestiones de estudio. Apenas el 5% se realizan con fines recreativos.
Las bicicletas públicas se prestan hasta por una hora de tiempo. Por ahora el sistema es gratuito pero, en un futuro, el Ejecutivo podría implementar una tarifa . Mientras, el único requisito para inscribirse en el sistema es tener domicilio en el país y ser mayor de 16 años. Hay que anotarse en cualquiera de las estaciones llevando documento (DNI, cédula o pasaporte), un servicio a nombre del solicitante o que llegue a su domicilio, y fotocopias de todo. La dirección de las estaciones puede consultarse en www.mejorenbici.buenosaires.gob.ar.
El sistema de alquiler de bicicletas fue creado por la ley 2.586, sancionada en diciembre de 2007 e impulsada por el entonces legislador Pablo Failde (Identidad Porteña). Esta norma está inspirada en otras experiencias exitosas en el mundo, como el Bicing de Barcelona o el Vélib de París.

Los biciclómanos que quieren cambiar el mundo
Me gusta imaginar que esta organización de biciclómanos no aspira a otra cosa que a cambiar el mundo. No de otra manera puedo pensar acerca de un taller popular sin fines de lucro en esta ciudad precapitalista y postcapitalista. Como los jóvenes revolucionarios del Mayo Francés, los talleristas de Villa Urquiza claman por la autogestión y proponen una comunidad horizontal, una especie de falansterio de consumidores de velocípedos. No pertenecen a Masa Crítica, un grupo que organiza bicicleteadas las noches de luna llena (los ciclistas noctámbulos también cambian a su modo la topografía urbana). Se llaman a sí mismos La Fabricicleta y se definen como taller de auto(bici)reparaciones a la vez que espacio de enseñanza, aprendizaje y socialización de saberes sobre velocípedos. En tal caso, no es el dinero la moneda de cambio; las transacciones a cuenta de las clases ¿o sesiones? pueden hacerse por la vía del trueque: se aceptan herramientas o comida casera. No se venden bicicletas, y ese hecho contundente me resulta de una anarquía pertinaz. El requisito previo que se exige al aprendiz, un poco subversivo, tiene algo de rito de iniciación: antes de la primera clase el aspirante debe romper una bicicleta (preferentemente de su propiedad). Recién después puede acercarse a la Fabricicleta e intentar arreglar los desperfectos con las herramientas que le proporcionan sus maestros o coetáneos.
El grupo que participa de esta cooperativa, por llamarla de alguna manera –y su participación puede limitarse o extralimitarse a la organización, a la agitación, a la refacción de las máquinas, a la asistencia, a la práctica del cebado del mate– produjo un manifiesto político. A modo de aclaración, se explicita que el manifiesto no admite matices, ni segundas interpretaciones, ni medias tintas. Que es su bandera. Y que piensan defenderla. El Manifiesto dice más o menos esto, por lo que pude entender: “Amamos a las bicicletas sin distinción de marca, peso, o material. No existe la bicicleta obsoleta ni la biciparte descartable. Todos y todas tenemos nuestras grasas. Aquí se las comparte sin juzgar a nadie. Desarmando sus bicicletas las personas se conocen mejor, se predisponen a conocer mejor a los demás, y al mundo. La bici que es rota en el intento por arreglar alguna de sus partes accede en el acto a la categoría de “Gran Maestra”. Toda tarea del ser humano puede ser realizada sobre una máquina a pedal. El tiempo (lento) dedicado al arreglo, mantenimiento y/o embellecimiento de un velocípedo, es un tiempo de entrega total al erotismo. Hágase esto en compañía. Una llave sucia no ajusta, mancha. Condenamos las políticas obscenas e inescrupulosas que se impulsan en nombre de las bicicletas. Consideramos a los velocípedos “máquinas supremas” y los eximimos del uso que sus dueñ@s puedan hacer de ellos. Peor que el óxido es el fascismo y la ineptitud. Aquí se combate todo eso. Arriba las bicis!!!”.
Creo que después del Manifiesto de la Bauhaus escrito por Walter Gropius en Weimar en 1919 (“¡Formemos un nuevo gremio de artesanos sin pretensiones clasistas!”), este es el panfleto más exaltado que leí en mi vida. Supongo que no es preciso decir –gritar– que uno de los objetivos principales de La Fabricicleta es quitarle la pátina aristocrática a la práctica ciclista y darle una segunda oportunidad a todas las bicicletas “balconeadas” del mundo. Una de las consignas más floridas de la organización es: “Si usted conoce algún velocípedo que haya sufrido tan infame destino, no lo dude, LIBÉRELO!!! Sáquelo de su letargo y tráigalo!!!”. Igual llamado se dirige a las piezas y repuestos que han quedado tirados en la “piecita del fondo”. Así como León Trotsky enfatizaba en la internacionalización de la revolución proletaria –la revolución permanente versus “el socialismo en un solo país” estalinista–, La Fabricicleta llama a la formación de células ciclomecánicas en otros barrios. Para formar nuevos talleres populares de velocípedos se imparten algunos consejos y una lista de herramientas imprescindibles. Máxima prioridad: Llave francesa; pico de loro. La consigna básica es: Una horquilla que no funciona puede convertirse en un centrador.
La Fabri se reúne los martes de 18 a 20 horas y los sábados de 16 a 20 en la estación ferroviaria Urquiza, de la línea Mitre. Con el mismo espíritu barrial, propone que los nuevos talleres busquen espacios de referencia zonal y que no olviden –que la propaguen– la ideología: la entrada es libre y gratuita; los conocimientos se socializan; no hay límite de edad; se agradecen las donaciones; nada se comercia; “El taller es claramente antifascista”. El final del Manifiesto de la Bauhaus dice: “Deseemos, proyectemos, creemos todos juntos la nueva estructura del futuro… que un día se elevará hacia el cielo de las manos de millones de artífices como símbolo cristalino de una nueva fe”.

Fuente: Clarín

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