Entre ellos, según las últimas encuestas disponibles, se definirá este domingo quién será el próximo gobernador de la provincia de Río Negro. Ambos llegan a esta instancia decisiva para sus carreras políticas desde experiencias y matrices partidarias muy distintas.
Uno de ellos, el docente radical César Barbeito, llegó a la política durante la transición. En consecuencia, su periplo político –transcurrió a la par de los 28 años que el radicalismo lleva gobernando la provincia– se forjó siempre en las cercanías del poder. De hecho, aunque su carrera comenzó en la Juventud Radical y como concejal e intendente en El Bolsón, su liderazgo partidario y su candidatura fueron catapultados desde el rol que tuvo como ministro de Educación en el gobierno de Miguel Saiz. De hecho, el actual gobernador ve en su figura el máximo exponente de su intento de "oxigenar" a la dirigencia del partido.
El otro, Carlos Soria, peronista, le lleva no menos de dos décadas de distancia en materia de militancia. Ostenta una larga carrera como diputado nacional, ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires y jefe de la SIDE en los tormentosos días que la crisis del 2001 dejó como herencia a la política. Luego, intendente de Roca durante ocho años. Al frente de un peronismo cuyo último gobierno en la provincia –1973 / 1976– ya es historia, muy historia, procura llevarlo a un poder que, siendo él candidato, se le escapó por un puñado de votos en el 2003.
En esta edición, "Debates" reflexiona sobre aspectos del pensamiento de ambos candidatos.
Perfil: César Barbeito
Optimismo y constancia para construir un espacio propio
Una campaña que buscó la cercanía
Optimista y constante. Transmite esa sensación, pero César Barbeito esencialmente acuñó esas cualidades para llegar y encarnar este domingo al oficialismo en la compulsa por la gobernación de Río Negro.
Desde muy joven se movió en la política de manera lenta pero persistente.
Tiene 46 años. Su primer desafío político fue en 1989, en una interna de la Juventud Radical; militaba en El Bolsón en la Agrupación Sergio Karakachoff.
No pensaba, entonces, que 22 años después tendría esta oportunidad por el máximo cargo provincial. Su padre –el ex legislador Alfredo Barbeito– lo insertó y lo promovió en ese mundo.
Su progreso posterior ya pertenece a otro padrinazgo: el del gobernador Miguel Saiz. Ambos edificaron una fuerte relación desde el 2002. Eran jornadas interminables de campaña y se aferraron a un destino común, aun las dichas y las desdichas del gobierno de Pablo Verani.
Saiz venció en el 2003 y llegó al gobierno.
Barbeito creció en ese poder. Fue jefe de Coordinación y luego ministro de Educación. Ese lazo es el modelo de las uniones que establece. Sellado el sentimiento, el candidato puede expresar poco pero es fiel guardián de ese afecto. A Saiz, Barbeito además le dispensa un respeto paternal.
Introvertido en el universo público pero afectuoso en el contacto personal. Se vale de ese trato para conformar y consolidar equipos. Una composición que rememora su inclinación por el rugby.
Así se rodea y se aferra a miembros ligados a sus sentimientos, generalmente de su natal El Bolsón. Sobre el resto atesora diferentes grados de desconfianza.
Perfil bajo y decisiones extremas
Moldeó su carrera política con dedicación e intuición.
También con reacciones terminantes y extremistas.
Su mutismo es la peor reprobación que detectan sus íntimos.
En lo político no dudó en abandonar la intendencia de El Bolsón en 1998 frente a la crisis financiera y la apatía provincial que percibía.
Era concejal y había ascendido tras la destitución de José Dirázar. Ya en 1995 había llegado a esa jefatura por la renuncia de Elgidio Méndez.
La expectativa y el optimismo son sus condiciones naturales. El gesto sonriente, su característica. Un sello que sirvió de propaganda propia y, además, a la crítica opositora.
"Alegrate, alguien está pensando en vos" es su actual eslogan "¿De qué se ríe?" fue una tradicional ironía gremial en sus años de Educación.
Su adaptación y capacidad de trabajo es amplia. Llegó a la jefatura de Gabinete y luego lanzó una reforma educativa, con apoyos y detractores.
Todo lo hizo con un título de docente de educación primaria que incluso debió exhibir frente a sospechas de su veracidad.
Potenciar virtudes
Potenció sus virtudes y minimizó sus limitaciones. Y llegó. Su andar se apuntaló en marzo cuando venció al vicegobernador Bautista Mendioroz.
Su historia política comenzó con aquella compulsa de la Juventud de la UCR que siguió cuando fue elegido convencional. En 1993 asumió como concejal y desde allí fue jefe municipal en dos ocasiones. Alcanzó la Legislatura en 1999 y años después se convirtió en puntal del ascenso de Saiz.
Todo tiene su impulso desde El Bolsón, su "lugar en el mundo", como lo define. Allí conoció y se unió a Patricia Ranea Pastorini. Eran adolescentes y crecieron ligados a la política. Ella –hoy legisladora– fue y es columna de cada proyecto político. Paz, Abril y José son sus tres hijos.
"La política me apasiona, pero mi alegría es cuando se reúne la familia", repite. Sorprende, cada tanto, cuando desaparece para atesorar momentos con ese grupo íntimo.
La comida y la música también rememoran su época juvenil. "El locro" y la melodía "romántica, de Cacho y Sandro".
Este perfil sirvió a su promoción porque el mensaje de campaña fue focalizado a los jóvenes. "Soy candidato por los jóvenes", confía. Por eso se volcó a las redes sociales aunque persiste en el vínculo personal.
Su andar de juventud suele colisionar con rasgos más vetustos de su personalidad cuando se encierra en el silencio. Es abierto y conciliador, pero la política suele reducirlo –cada vez más seguido– a la terquedad. Esa tenacidad que lo ve aspirando al mayor objetivo político-institucional de Río Negro.
Perfil: Carlos Soria
El poder en calibre peronista
Compleja relación con los K
En diciembre del 2003, el día antes de asumir como intendente de Roca, Carlos Soria mostró a tres amigos el discurso que pronunciaría. Pidió una reflexión crítica. Se leyeron en silencio las cinco carillas. Y por turno llegaron las reflexiones: que esto, que aquello. Cuando no había más que decir, él miró al trío. Y con sorpresa señaló:
–¿Qué les pasa? ¿Ninguno se dio cuenta de lo más importante que voy a decir? ¿Están "lentejas" de reflejos?
Los amigos se miraron.
–¡Defiendo la política, muchachos, la política! Digo que llego a intendente no como un "gerente", que es adonde muchos tilingos quieren enviar a la política... ser simple "gerencia" de una comuna, de un ministerio, de un gobierno nacional. ¡No! Llego a intendente desde una pertenencia política concreta que nunca negué: el peronismo, con sus más y sus menos. ¡Yo no voy a traicionar el lugar en el que me formé en política, el de mi vieja, mi viejo!
Y al día siguiente, en la Española, ante varios centenares de roquenses el "Gringo" se despachó a gusto sobre ese tema, con autonomía de si gustaba o no lo que decía.
Y sabía también que llegaba al poder comunal de una ciudad que jamás había sido afín al peronismo. Cuna desde la cual 60 años antes se había desplegado el radicalismo hacia el resto de la provincia de la mano de sus sectores medios y medios altos, Roca era agria para con los peronistas.
Sabía Soria en aquel diciembre que su figura resultaba antipática a esos sectores. Su estilo directo, incluso camorrero, de hacer política había estibado a lo largo de los años mucha hostilidad en aquellos escalones sociales.
–Ese desprecio yo lo medía de mil maneras. Por ejemplo, yo era "el hijo del carniza", porque mi viejo era peronista y carnicero –suele recordar.
Pero en diciembre del 2003 el radicalismo se había desplomado como paradigma de los sectores medios. Era la hora de algo diferente para una ciudad cuya autoestima estaba deshilachada.
Fue el tiempo del peronismo con Soria. Asumió la intendencia sin tiempo para la duda, para la reflexión no apremiada por las necesidades.
Tres días antes de asumir compró de su bolsillo pintura azul. Se metió en el corralón municipal. Alguien lo ayudó a pintar un desvencijado carrito que, traccionado por un tractor torturado por la vejez, servía para levantar basura. Y en el marco de una flecha ascendente estampó una consigna que generó hilaridad: "Roca en acción".
–Tengo que marcar diferencia muy rápido, poner todo en emergencia como siempre hace el peronismo –dijo por radio 48 horas después de asumir.
Y coincidió así con uno de los hombres que han reflexionado desde el no peronismo al peronismo, el sociólogo Vicente Palermo: "Cuando accede al poder, el peronismo siempre está decidido a tornar anacrónico lo existente".
La gestión de Carlos Soria como intendente de Roca comienza a ser historia. No hay duda de que la biblioteca a su favor es mucho más larga y alta que la opuesta.
Mientras tanto, y hasta el domingo de urnas, vale reflexionar sobre algunos aspectos de su percepción del ejercicio del poder, de la práctica política, que lo sostiene en su aspiración de ser gobernador.
Carlos Soria no mira con desagrado la colisión política. No hace de la necesidad de buscar el consenso de intereses una obligación. De las clases de Filosofía del Derecho que en la UBA lo llevaron a ser abogado le han quedado pespuntes de Kelsen. No lo leyó compelido por meditar serenamente cada una de las sentencias del célebre tratadista. Lo asumió con vistas rápidas. Reteniendo como se suele retener al florentino Maquiavelo: esto de aquí, esto de allá.
Pero Soria atesora de allí un concepto: no hay que temer que, por largos momentos, la política se rija más por la discordia que por la concordia.
Leal a la cuna ideológica en que se modeló –peronismo– Soria se siente cómodo en el mano a mano agrio que suele ser propio de la política. Ahí su verbo se torna destemplado. Grave. Agresivo si es adecuado. Extremo en la apuesta por reproducir el conflicto.
Quizá en esta característica discursiva se fundamente mucho de su admiración por Eva Perón. Admiración más elocuente que la que canaliza al general que un día de noviembre del 72, en la cocina de restaurante "Nino" de Vicente López, le tendió la mano. Mano grande. Venosa. Manchada por los años. Y desde su metro ochenta y siete, el general le dijo "compañero".
"Yo me derretía... la historia me tendía la mano", recuerda Carlos Soria.
Pero es de Eva de quien él rescata estampas, hechos, situaciones que le sirven para ratificarse en mucho de su estilo de hacer política. "Eva marcaba territorio, no tenía afectos difusos, no iba por los costados", le dijo hace muchos años a un entonces ministro del Interior de Carlos Menem. Cuando Soria –diputado nacional en aquellos días– se fue, el ministro anotó la reflexión del rionegrino. "La tengo en una carpeta", comentaba días pasados ese exministro a este diario.
Así, forjado en el yunque peronista, sabe y asume que, en clave política, bien y mal, medios y fines suelen ser relativos. Llegan tamizados por ideologías e intereses generosos o mezquinos.
De cara a ese entrevero, Soria apela a aquel yunque: el poder se ejercita. Organiza y manda desde una centralidad que no se renuncia. Y eso requiere en la práctica una fuerte impronta personal directa, inmediata.
Ese personalismo no excluye el tratamiento de la diferencia. Pero marca a fondo al círculo más íntimo de sus colaboradores.
Es desde ese personalismo que incluso Carlos Soria regula el crecimiento político de sus fieles. Los dosifica en aras de su propia conducción. No le gusta que ésta se sustente en el libre albedrío. Nada etéreo.
No se trata de más o menos democracia en el frente interno. Es un tema de esa palabra tan cara al peronismo desde el fondo de su historia: conducción. Ahí, desde esa impronta o dictado conservador popular tan afín a la etapa formativa del peronismo, mira y protagoniza la política Carlos Soria.
Fuente: El Diario de Río Negro
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