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2 de Enero de 2012 - Río Negro

Río Negro-Carlos Soria, un político de raza

Nació el 01 de marzo de 1949 en la provincia de Buenos Aires. De cuna peronista, su padre Ernesto fue un activo militante del peronismo bonaerense y sufrió varias detenciones en 1955 y 1959. El perfil de un hombre con carácter.

Siendo adolescente la familia se trasladó a Bariloche, donde Carlos Soria cursó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de esa ciudad. Luego se radicaron en Roca, donde egresó del Colegio Domingo Savio.
Se recibió de abogado en la Facultad de Derecho de la UBA en abril de 1974.

Tuvo una activa militancia desde muy joven.
Ocupó numerosos cargos partidarios y en Río Negro fue uno de los dirigentes del Peronismo Renovador. Fue diputado nacional en cuatro oportunidades consecutivas desde 1987, integrando diferentes comisiones legislativas: presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales y de la Comisión Bicameral que hizo el seguimiento a la investigación de los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA. También la comisión especial que investigó el lavado de dinero en Argentina.
Fue Ministro de Justicia y Seguridad de la Provincia de Buenos Aires en 1999 y en esa oportunidad abrió y mostró públicamente los archivos de la represión que se encontraban ocultos en el edificio del ministerio.
En el gobierno de Eduardo Duhalde fue designado como titular de la SIDE a partir del 04-01-02 hasta el 10 de julio de 2002.
El 26 de octubre de 2003 fue electo intendente de General Roca, siendo reelecto por otros cuatro años el 30 de setiembre de 2007.
El pasado 10 de diciembre asumió la gobernación de Río Negro tras haberse impuesto el 25 de setiembre con el 47,79% por sobre el candidato de la concertación César Barbeito, convirtiéndose en el primer gobernador peronista desde el regreso de la democracia.
Soria estaba casado con Susana Freydoz con la que tenía cuatro hijos: Martín, actual intendente de General Roca, Germán, Carlos y Emilia.

El poder en calibre peronista
En diciembre del 2003, el día antes de asumir como intendente de Roca, Carlos Soria mostró a tres amigos el discurso que pronunciaría. Pidió una reflexión crítica. Se leyeron en silencio las cinco carillas. Y por turno llegaron las reflexiones: que esto, que aquello. Cuando no había más que decir, él miró al trío. Y con sorpresa señaló:

–¿Qué les pasa? ¿Ninguno se dio cuenta de lo más importante que voy a decir? ¿Están "lentejas" de reflejos?

Los amigos se miraron.
–¡Defiendo la política, muchachos, la política! Digo que llego a intendente no como un "gerente", que es adonde muchos tilingos quieren enviar a la política... ser simple "gerencia" de una comuna, de un ministerio, de un gobierno nacional. ¡No! Llego a intendente desde una pertenencia política concreta que nunca negué: el peronismo, con sus más y sus menos. ¡Yo no voy a traicionar el lugar en el que me formé en política, el de mi vieja, mi viejo!

Y al día siguiente, en la Española, ante varios centenares de roquenses el "Gringo" se despachó a gusto sobre ese tema, con autonomía de si gustaba o no lo que decía.
Y sabía también que llegaba al poder comunal de una ciudad que jamás había sido afín al peronismo. Cuna desde la cual 60 años antes se había desplegado el radicalismo hacia el resto de la provincia de la mano de sus sectores medios y medios altos, Roca era agria para con los peronistas.
Sabía Soria en aquel diciembre que su figura resultaba antipática a esos sectores. Su estilo directo, incluso camorrero, de hacer política había estibado a lo largo de los años mucha hostilidad en aquellos escalones sociales.

–Ese desprecio yo lo medía de mil maneras. Por ejemplo, yo era "el hijo del carniza", porque mi viejo era peronista y carnicero –suele recordar.
Pero en diciembre del 2003 el radicalismo se había desplomado como paradigma de los sectores medios. Era la hora de algo diferente para una ciudad cuya autoestima estaba deshilachada.
Fue el tiempo del peronismo con Soria. Asumió la intendencia sin tiempo para la duda, para la reflexión no apremiada por las necesidades.
Tres días antes de asumir compró de su bolsillo pintura azul. Se metió en el corralón municipal. Alguien lo ayudó a pintar un desvencijado carrito que, traccionado por un tractor torturado por la vejez, servía para levantar basura. Y en el marco de una flecha ascendente estampó una consigna que generó hilaridad: "Roca en acción".

–Tengo que marcar diferencia muy rápido, poner todo en emergencia como siempre hace el peronismo –dijo por radio 48 horas después de asumir.
Y coincidió así con uno de los hombres que han reflexionado desde el no peronismo al peronismo, el sociólogo Vicente Palermo: "Cuando accede al poder, el peronismo siempre está decidido a tornar anacrónico lo existente".
La gestión de Carlos Soria como intendente de Roca comienza a ser historia. No hay duda de que la biblioteca a su favor es mucho más larga y alta que la opuesta.
Mientras tanto, y hasta el domingo de urnas, vale reflexionar sobre algunos aspectos de su percepción del ejercicio del poder, de la práctica política, que lo sostiene en su aspiración de ser gobernador.
Carlos Soria no mira con desagrado la colisión política. No hace de la necesidad de buscar el consenso de intereses una obligación. De las clases de Filosofía del Derecho que en la UBA lo llevaron a ser abogado le han quedado pespuntes de Kelsen. No lo leyó compelido por meditar serenamente cada una de las sentencias del célebre tratadista. Lo asumió con vistas rápidas. Reteniendo como se suele retener al florentino Maquiavelo: esto de aquí, esto de allá.
Pero Soria atesora de allí un concepto: no hay que temer que, por largos momentos, la política se rija más por la discordia que por la concordia.
Leal a la cuna ideológica en que se modeló –peronismo– Soria se siente cómodo en el mano a mano agrio que suele ser propio de la política. Ahí su verbo se torna destemplado. Grave. Agresivo si es adecuado. Extremo en la apuesta por reproducir el conflicto.
Quizá en esta característica discursiva se fundamente mucho de su admiración por Eva Perón. Admiración más elocuente que la que canaliza al general que un día de noviembre del 72, en la cocina de restaurante "Nino" de Vicente López, le tendió la mano. Mano grande. Venosa. Manchada por los años. Y desde su metro ochenta y siete, el general le dijo "compañero".

"Yo me derretía... la historia me tendía la mano", recuerda Carlos Soria.
Pero es de Eva de quien él rescata estampas, hechos, situaciones que le sirven para ratificarse en mucho de su estilo de hacer política. "Eva marcaba territorio, no tenía afectos difusos, no iba por los costados", le dijo hace muchos años a un entonces ministro del Interior de Carlos Menem. Cuando Soria –diputado nacional en aquellos días– se fue, el ministro anotó la reflexión del rionegrino. "La tengo en una carpeta", comentaba días pasados ese exministro a este diario.
Así, forjado en el yunque peronista, sabe y asume que, en clave política, bien y mal, medios y fines suelen ser relativos. Llegan tamizados por ideologías e intereses generosos o mezquinos.
De cara a ese entrevero, Soria apela a aquel yunque: el poder se ejercita. Organiza y manda desde una centralidad que no se renuncia. Y eso requiere en la práctica una fuerte impronta personal directa, inmediata.
Ese personalismo no excluye el tratamiento de la diferencia. Pero marca a fondo al círculo más íntimo de sus colaboradores.
Es desde ese personalismo que incluso Carlos Soria regula el crecimiento político de sus fieles. Los dosifica en aras de su propia conducción. No le gusta que ésta se sustente en el libre albedrío. Nada etéreo.
No se trata de más o menos democracia en el frente interno. Es un tema de esa palabra tan cara al peronismo desde el fondo de su historia: conducción. Ahí, desde esa impronta o dictado conservador popular tan afín a la etapa formativa del peronismo, mira y protagoniza la política Carlos Soria.

Fuente: Diario Río Negro

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